Profesor y cuentista. Nació en la ciudad de Olanchito, Yoro, en el mes de abril y en el primer cuarto después de la sala, a mano izquierda de aquí para allá. Nació a las once y siete minutos con diecisiete segundos de la mañana.
Es hijo de Sara Morales y Amado García. Sobrino de maya y Medardo. Hermano de Lidia, Ronaldo, Tito, Toño, Martha, Salvador, Sara, Miriam, Amadito y Chencha.
Viene de una estirpe de impecables narradores orales, este autor no pudo, sin embargo, desarrollar jamás esas facultades naturales y tuvo que conformarse con la nada edificante actividad de hablar en letra de molde.
Entre algunas obras de este escritor que han sido publicadas en la prensa nacional o están pensadas o inéditas, podemos mencionar:
Novela
El Ojo de la tormenta
La divina con medias
Memorias de un malogrado candidato a alcalde
Cuentos
H de absurdo
Humor de negro
69 lecciones para montar en bicicletas
Tiro al blanco (y otras punterías)
Ensayos
Retrato hablado
24 imágenes por segundo
Aquí está tu son, Chabela
Poemas
¿Canto, General?
En el lugar de los pechos
Varón y cuenta nuevas
Conociendo un poco mas de Armando García
Al referirnos a este prolífico escritor, no podemos dejar por fuera su obra cumbre: HECHOS NECIOS QUE ACUSÁIS, en el que el autor logra lo que ningún escritor hondureño había podido hasta ahora: Que nos doblara de la risa.
Este libro es un jolgorio y quien lo lea no parará de reír desde la portada hasta la contraportada y seguirá riéndose por unos días hasta que vuelva a ser hondureño normal: agüevado, ensimismado, preocupado, tenso, amargado, temeroso, pusilánime, tímido, callado, medroso, cohibido, apocado y hasta devaluado.
Necesitamos un libro como este en donde los hechos acusan, ponen el dedo en la llaga y terminamos riendo de la desventurada suerte del país que habitamos.
¿Quién le ha impedido a este negro decir la verdad en forma humorística? ¡Ni Horacio! Los doce cuentos vienen precedidos por un sesudo análisis por parte del doctor en literatura Oscar Saramado, una eminencia en el campo de la literatura quien para realizar el prodigio del prólogo, se auxilió de los mejores textos nacionales e internacionales y damos así una apreciación novedosa, clara y profunda de la obra garciamandiana.
El argumento de la obra es sencillo: lo podríamos sintetizar de la siguiente manera: Ese Melchor que todos ustedes conocemos, un tal Matute a quien la desenfriol no le quita el dolor de cabeza, vive feliz en su hogar, dulce hogar, con una mujer que sólo es virgen de la cintura para arriba. Nuestro personaje considera que no hay dicha tan grande como la de nacer en Honduras (como lo desearan todas las criaturas), porque allí, al nomás regresar al pueblo, uno es capaz de cometer actos inmorales; puede, inclusive, ignorar el último pasaje de Tirantes, hacerse el de a peso y decir a todos, con el pecho abierto: ¡No hay tal culebra 'e cacho! ¿Diga usted si no es verdad?
Otros autores de renombre internacional han dado su opinión sobre tan magnífico libro. Veamos lo que expresó el extraordinario brasileño Jorge Amado: "O melhorlibro queeu tive rzas min1as mdos"; (Jornal do Brasil). El célebre Graham Green escribió en el London Times: "To read this book or burst". Algo así como: Leer este libro o reventar. Cuando se le pidió su comentario sobre el libro Hechos Necios que Acusáis, al poeta hondureño, putativo hijo de Olanchito, Juan Ramón Saravia contestó entre carcajadas: "Lo diré cuando deje de reírme”.
Y desde Cuba el poeta astro Nicolás Guillén le envió el siguiente telegrama al autor: "¡Un libro del carajo, chico!". Como puede usted apreciar, caro lector, es enorme el revuelo que está causando este libro descomunal.
Pese a eso, el autor no pierde la humildad al expresar que "Los Hechos Necios que Acusáis... son puros cuentos". Ya se han agotado las dos primeras ediciones y la casa editorial Munir XXI se dispone editarla tercera con un tiraje fabuloso que sobrepasa los cien mil ejemplares, lo que colocará a Los Hechos... a la altura de los best sellers que publican las editoriales gringas.
Por si Ud. no lo sabía, Mando García es el escritor hondureño más prolijo. Cuenta en su haber con cuatro novelas, cinco libros de cuentos, cantidad de poesías, antologías, testios e infinidad de obras teatrales pensadas.
Como vemos, este autor no ha dejado género alguno por fuera, lo que dice mucho de su infatigable trabajo intelectual y de remate, para mantener el brazo caliente, escribe en la sección literarias CRONOP1OS de diario La Prensa de San Pedro Sula, en dicho medio también mantiene su columna Armándola, pero lo que lo ha llevado a la cumbre de la fama es sin duda alguna, la negritud que lo caracteriza, ese don de negro feliz y ese desparpajo e irreverencia con que mira la vida. Ese es Mando García, ese negro que anda por ahí...
Virgen de la cintura para arriba
A Luis Edgardo Solís Martínez, "El conejo".
El sol perpendicular detenido por la sombra del higüero. Los tábanos insistían una y otra vez. La burra coceaba y parecía hundir el suelo con la fuerza de una barreta de siembra. Yo agarrado al bozal que le socaba el hocico. Mi abuelo terminaba de pegar la carga de caña brava, amarrando con dos vueltas el cubujón del aparejo.
Lejos, en el guarumo del cerco, la bulla de las piapías. Mediodía en punto y los tres nos parábamos en nuestra sombra.
-Usted va adelante, Calamán, jalando la burra, que no se traben las puntas en los bejucos -dijo mi abuelo.
Íbamos midiendo cada paso entre el lodillo y el camalote. Atrás, entre el cloclós, cloclós del paso de la burra, la voz de Nayo cantaba "pastorillo, parás, parás...", acompañando las notas con inútiles palmadas contra los mosquitos.
Salimos a la carretera y aún despedíamos el olor a yautía y ñame puerco. El silencio de mi abuelo fue roto por segunda vez:
-Eche la burra por delante; déjela que trabaje sola.
Mi abuelo continuó con paso lento. Su mano derecha sostenía, a la altura del hombro, el hacha de doble gavilán. Seguíamos caminando. Mi abuelo, silencioso, con la mirada perdida en el horizonte de jamacuaos que cercaban la hacienda de don Felipe. Nayo y yo hablábamos de todo sin que nos escuchara el viejo. Sólo alzábamos la voz cuando lo permitía el ruido de las cañas bravas que arrastraban las puntas.
-Ya nombraron a las mayordomas —dijo Nayo con alegría.
-Ujú- contesté con sorna cómplice.
La plática fue interrumpida por mi abuelo cuando nos dio un pedazo de rapadura con tortilla. Olvidamos por un momento la fatiga. Con palabras entrecortadas por el bocado, Nayo dijo:
-A1 descuido, le suspendemos las faldas a la milagrosa.
La reverberación era terrible y paralizada hasta los cogollos más tiernos. Mi abuelo sacó de las oquedades pastosas de su garganta:
-¡turcos de mierda!
Miramos que venía en bicicleta el palestino.
Bichara, pelón, con cigarrillo en pitillera y el rifle terciado a la espalda.
-Adiós, don Ignacio- soltó al pasar.
-Adiós- farfulló mi abuelo, con la vista impasible clavada en el azul del cerro Pacura.
Por su comentario entendimos el desprecio que tenía por los comerciantes que controlaban la plaza del pueblo. Al llegar al corral de la hacienda de don Felipe, frente a las pilas, encontramos a vendedores de lotería, sastres, zapateros, maromeros, putas y achines que iban, ese viernes a esperar el pago de los jornaleros en los campos bananeros. Cruza-mos la línea férrea y entramos al pueblo por la calle de los Mirriñaques.
Minutos después, en el trascorral de la casa de mi abuela, aperchamos la carga bajo el tamarindo. En el comedor, por boca de tía Cosme, nos enteramos de ya hablan pasado los seis primeros viernes en honor al Sagrado Corazón y que ese día les correspondía arreglar el altar a las mayordomas de mi barrio, entre ellas, mi tía, quien nos ordenó que jaláramos las palmas de coco, las ramas del limonero, las flores de mar pacífico, las hojas de teocinte y el aserrín teñido para arreglar el altar .
Además, señalando con dedo tenebroso, dijo:
-¡Sin jodedera, cabezas de alcornoque! ¡Solo quiero que estén con batajolas en la iglesia...!
Nos quedamos callados. Y cuando no había moros en la costa, Nayo empezó a decir que patati que patata, que la virgen tenia calzones como las muñecas Barbie que vendían en la tienda del turco Chahin. Yo alegaba que las piernas eran como las de Minda Amador, a la que siempre mirábamos, por la rendija de la puerta, con Alfredo Totoposte en el cuarto que les alquilaba don Lalo.
En la tardecita descargamos el hojarascal en la esquina de la sacristía. Soplaba un viento fresco y una calma de cementerio se tocaba en todos los huecos de la iglesia. Nos encaminamos hacia el altar. Llegamos frente a la virgen. Nervioso, Nayo comenzó a levantarle la crinolina mientras yo sentía un espumaraje helado en las tripas y un calambre en las pantorrillas. ¡La Milagrosa no tenia piernas ni calzones sino un pijín de tablas como banco zancudo invertido!
A saber de dónde salió don Memo, el sacristán, que de un talegazo hizo rebotar a Nayo sobre las bancas. De la carrera, casi le doy vuelta a la alcancía mayor y en dos patadas llegué al mercado. Esperé a Nayo en el callejón de la despulpadora de arroz y, para que mi tía Cosme no se arrechara, fuimos a la llave del patio. Nayo se lavó la sangre de la nariz y de la camisa, y hablando janiche por el sopapo, dijo: ¡pajas! ¡Por ese tablero cómo iba a nacer el Niño Dios...!
SUS ESCRITOS
Tercero y último
llamado a los pistoleros
Hace cinco años, a las doce de la noche de un veinticuatro de diciembre, la mesa navideña estaba servida en el hogar del poeta Juan Ramón Saravia. Sus tres hijos y su mujer no cabían en su alegría por meterle colmillo al opíparo manjar –se sabe que los poetas (y su prole) de este fin de siglo, al contrario de sus pariguales de la romántica bohemia, comen, y bien.
El caso es que el “jefe” de la casa, ese “honorabilísimo bribón” del Juanra, le tiraba pupila a un programa de la tele, y como todo versocultor se hacía rogar de los suyos, especialmente de su Musa que lo urgía, desde el verdor de una guapa mirada, a que se apromiscuara a la mesa. El, taimado aedo, ido en la caja de la imagen, esperaba –desde un discreto y silabeante: “¡momento pueblo!”– la pausa comercial.
El poeta se desenrolló de su mullido sofá y dio unos pasos hacia el comedor. Segundos después, se escuchó como que un trueno chocaba contra el techo de la casa. La familia asustada. El escritor alelado tenía los ojos desplayados, desorbitados del pavor, como si fueran platos de peltre. Justo la bala había caído en el sitio donde él, momentos antes, descansaba, exactamente donde tenía la fontanela. Casi le vuelan las ideas, pese a que los buenos poetas, como la mala hierba, nunca mueren.
Desde ese día, el poeta, Jota Erre Saravia juró denunciar, cada año, a todos esos gamberros que se “divierten” haciendo tiros al aire. Es así como cada Navidad envía cartas a esos matarifes anónimos que él nombra con aquel apodo de la película mexicana, Martín Corona. Pese a ello, al año siguiente, el treinta y uno de diciembre, otro plomazo cayó en la misma casa del poeta, esta vez en el corredor, en la paila de un automóvil viejo que el hombre se jacta en llamar: “mi carro”. (Aún se miran en el cielo falso, como testimonio, los hoyos tapados con papel sanitario).
Martín Corona hay toneladas, en la ciudad y en el campo. Es fácil reconocerlos, son bestias que se paran en dos patas, son bebedores (no se puede decir que hasta el embrutecimiento, pues, lo bruto lo traen incorporado desde la cuna) y machistas hasta la guaya.
Son primos hermanos de los pone bombas y tira-granadas. Muchos quedaron resabidos con aquel síndrome de triste recordatorio, aquel nefasto organismo llamado DIN.* (Dice el poeta que desde que cerraron ese Cuerpo-del-gatillo-alegre, de represiones conocidas, un su vecino dejó esa manía de tirar plomo al aire y las balas dejaron de llegar, como traídas por Papá Noel, en Navidad).
Seguro que usted también los conoce. Es el mismo tipo de humanoide que camina incompleto si no carga un “bruto” pistolón camiseado. Tíreles ojo que desde largo se les nota lo penco, pues en sus bolsillos andan que se revientan por el bulto, no crea que son hormonas, es el parque.
Todos estamos llamados a pararlos en seco en estas fiestas de Navidad. Hay que atarles las manos de la muerte. Tenemos que hacerles saber, a tanto Martín Corona suelto, que sus crímenes no podrán quedar jamás impunes. Que la felicidad de los humanos, no está en desfondar la quietud de los cielos desde una arma anónima. Ya se sabe en los barrios, aldeas, colonias, pasajes, pueblos y ciudades quiénes son los que forman parte de esta caterva de majaderos. ¿Quién no conoce a estos desgraciados civilones y chafarotes irresponsables? Tanto uniformados como civilistas estamos obligados a ponerles coto...
Así, que en esas estamos, mi aborrecible Martín Corona y similares. Según vos, este año, ibas a pasar desapercibido con tus tirazones navideñas. Pero... ¡Vémelas! ¡Ah, maje! Ya te mirabas haciendo de las tuyas: enlutando la felicidad de los hogares hondureños. ¡Nooo, papayito! Si bien, el poeta de La Aurora, Jota Erre Saravia, no tiene –por ahora– página pública en el diarismo para tirarte una pulla con puya, aquí estamos nosotros, ¡papa!, para toparte al maíz tulunco. Esta es una advertencia. Es el tercero y último llamado a vos, pistolero mayor de este reino. Después no vengas con tus babosadas irresponsables de echarle la culpa al guaro.
Preguntario para poetas
y lugares circunvecinos
Aunque siempre hemos tenido un ánimo recto, no siempre hemos caminado por la senda de la honestidad, pues en algunos momentos de nuestra vida hemos caído en la tentación de caminar con poetas. Se sabe que poeta y consentidor pecan por igual.
Es en esos pesares, andares y cantares de la vida en que nos hemos tropezado con poetas de toda pelambre. Desde los que habitan en dorados Paradisos hasta los que alquilan torres que no son precisamente de marfil. Desde los poetas cotidianos a los de enrevesado barroquismo municipal. Desde los que viven en la paz de carcomidos Salieris hasta los que tapizan la aurora de carcajadas iconoclastas. Desde los verso-traficantes hasta los versómanos de parche en el ojo y pata de palo en el corazón. Desde los poetas viscerales hasta los tercos poetas-poetas.
Y no vaya a creer usted. De tanto oírlos a mí también se me ha levantado el flato del buen y del mal decir. Pero lo que natura no da, la poesía no lo presta. Y por más que he soplado la flauta de la inspiración no me ha salido ningún verso por casualidad.
Me he concretado, pues, a la nunca bien ponderada labor de oír, consignar y elaborar un Preguntario de las interrogantes más sesudas y enjundiosas que siempre hace el público, y que todo buen poeta debe saber para andar –cuál trompo enrollado– con la respuesta precisa, de preferencia con frase corta, trabajada en tal forma que parezca natural.
Desde luego, el poeta debe soltar la respuesta con carraspeo y engolando e impostando la voz, como quien no quiere la cosa, como al desgaire, con cara de preocupación y mirada inyectada de talante intelectual. Todo ello, acompañado de mano alzada y hueca, como quien moldea, a la altura de la frente, el barro de la palabra.
He aquí, pues, el Preguntario:
- Poeta, ¿el poeta nace o se hace?
- Estimado vate, ¿a qué hora del día o de la noche le baja la musa de la inspiración?
- Distinguido aeda, ¿esos poemas de amor y de desamor se los inspiró su esposa o alguna otra casquivana?
- Dilecto portalira, ¿por qué habiendo tanta palabra bella en la hermosa lengua de Cervantes, usa términos soeces que dañan la moral y las buenas costumbres?
- Eximio hombre de letras, ¿Por qué escribe en forma tan difícil? ¿Por qué no se baja a las masas?
- Laureado liróforo, ¿por qué su poesía es elitista? Confiésenos, por favor, ¿cuál es su estado de ánimo al enfrentarse a esa maldita página en blanco?
- Mimado de los dioses, ¿con qué color de tinta le sale con más facilidad el verso? ¿Necesita alguna flor amarilla sobre su escritorio? ¿Cómo baja mejor su inspiración, con manzana mordida o sin mordida? ¿Con música o sin música? ¿Con traguitos o sin hielo? ¿A la orilla del mar o al borde de cama?
Caro poeta, como ve, de su obra nunca le preguntarán nada. Por este lado puede estar como ex presidente: tranquilo y sereno. Sin embargo, debe ser prevenido, agregue a este Preguntario otras interrogantes de su magín. Además, remember, el poeta eres tú.
¡Qué hijos de la patria!
Pobrecito diputado que es usted. ¿De qué se asusta mi querido mentor? ¿Qué los diputados no saben el Himno Nacional? ¡Jesús, hombre! Eso y un montón de cosas ignoran. Desde luego que ya se sabe que muy pocos de ellos saben leer y escribir porque la mayoría son analfabetas funcionales, es decir, por desuso.
Sería ser demasiado grosero exigirles la oportuna utilización de la materia gris. No vamos a ser desconsiderados del todo. Hay uno que otro, en ese palacio legislativo, que tiene luces. Desgraciadamente, sin iniciativa de ley (o con vivacidad únicamente para tarifar influencias). Y no es que hablemos por desprestigiarlos, por botarles la “imagen”, pero hay algunos que ya van en su segundo y tercer período y jamás han dicho, ni por joder, “esta boca en mía”. Parece, como dice el poema, que las ideas se les hubiesen volado.
Y esos que saben leer y escribir son doblemente culpables. No nos extraña que no sepan el Himno Nacional. Si ahora, en los tiempos que corren, cualquiera es diputado, media vez tenga aquel maravilloso aceite tintineante que descoyunta al mejor pintado. Seamos claros: que tenga más allá de treinta monedas para alzarse con una curul.
Los tiempos del mérito, de la alta moral, del ciudadano impoluto, del voluntario sacrificado, del patriota de honradez acrisolada, se acabaron. Ese es tiempo superado y, como dice la canción, lo pasado... pasado.
Acá en el barrio tenemos unos cuantos de esa catadura y conocemos que tienen iniciativa no de ley... pero sí de truchero. Por ejemplo, se alquilan, porque ellos no se venden, los compran. Negocian al voleo, como quien dice, al mejor postor, la dispensa para la compra de buenas máquinas. Se la venden al pudiente, al que tenga gran marmaja y alto poder adquisitivo. El diputado de esta lotería, con el aserrín que le queda, adquiere un carrito de poca monta, de esos trasteados, de tercera o cuarta mano.
¡Pedirle a los legisladores que sepan el Himno Nacional! Si ya es archisabido que el día que algunos diputados piensen, seguro, seguro, caerán en estado de coma. ¿Qué razones, entonces, podrían obligar a los prominentes hombres del foro legislativo a que pierdan su tiempo pensando en los problemas de este país? ¡Demasiada energía han gastado ya al levantar la mano para aumentarse ese salario de “hambre” que se les da!
Algún maleficio ha de pasar en ese palacio legislativo. Porque todos caen, al no más llegar, en una profunda amnesia colectiva. Incluso, hasta aquél que todos ustedes conocemos que ante hablaba mal de los diputados y que ahora que está en la burra no ha hablado más de tres veces. Parece que se ha cumplido aquello de que el que habla de la pera...
Pero no nos desviemos, volvamos al tema. Se les olvida que hay que reformar el Código de Trabajo. No tienen nada en el papel sobre reforma agraria, aduanal o bancaria. Es papel mojado ese tema de la corrupción. ¡Uy!, si usted habla de quitar prebendas, impunidades e inmunidades.
Y si quiere ponerle el chin chin al gato hábleles de reducir diputados. ¡Qué no sepan el Himno de memoria! Esas son manchitas de la luna. Si quiere seguir buceando en la profundidades de su ignorancia, inquiera sobre el significado de los, para ellos, abstrusos versos. Conocemos un diputado que, en su oficina, tiene la Bandera al revés. Otro decía que por qué se empecinaba uno en decir el Manifiesto de David si lo había escrito Morazán. No digo el nombre porque me puede demandar, como hacen los abanderadores de barcos con los periodistas.
Para el caso, le voy a dar otro ejemplo de solípedo patriotismo diputador. Resulta que el legislador casi se suicida cuando La Embajada (así, en mayúscula) le negó la visa porque él tenía la hondureñísima costumbre de mandar a su mujer, grávida made in Honduras, a parir los hijos a los Estados Unidos. Desde luego, nosotros ejemplificamos con lo que sabemos acá en la orilla. El legislador que está adentro del Congreso “Nacional “de la República nos podría ilustrar con casos dignos de un almanaque de lo insólito.
Manual para sobrevivir
en Honduras
Los hondureños estamos fregados. Cada día que pasa nos arrastra la miseria hacia las muescas de la incertidumbre. Cada vez nos vamos transformando en aerófagos: degustadores de aire y bebedores de refrescos de tubo cuando se digna la cañería echar junto a su tos un chorrito de aguamugre.
Somos algo así como una especie en extinción. Urge la creación de ONG, fundaciones, comités, asociaciones de voluntariados que decreten vedas y zonas de protección del habitante de Hibueras.
Pero (mientras estos futuros eco-homo-hondureños consiguen financiamiento de organismos internacionales; carros 4 X 4 con todas la extras –inclúyase aquí la nevera para el wiskey y el hielo frappé y botanas, ¡claro!–; soberbias oficinas y consultores y técnicos rubios de toda laya), urge que cada catracho (como quien dice sálvese quien pueda) se ponga las pilas y tome las medidas de salvación que, sin costo alguno, recomendamos aquí:
-Primer paso: haga una lista de 90 amigos y distribúyalos por orden alfabético en tres grupos de 30 cada uno.
Luego, elabore un organigrama de diminutas casillas en una agenda de bolsillo que debe portar y controlar religiosamente.
-Segundo paso: elabore tres papelógrafos con los mismos datos de la agenda y péguelos en un lugar visible de su dormitorio para que pueda controlar la progresión del plan. (Flujograma, según los técnicos, analistas y consultores).
-Tercer paso: consígase ropa fresca y holgada y zapatos anatómicos que resistan la persistente y famélica marcha. No está de más hacerse de siete pañuelos enjugadores de sudor, quitasoles, viseras y espejuelos antisol: lo esperan largas caminatas.
-Cuarto paso: rotule el primer grupo, que puede ser el de los amigos más arrancados, con letra matutina, gorda, preferentemente roja, que diga Desayunos; seguidamente etiquetar al segundo contingente con fosforescentes letras verdes en donde refulja la reconfortante palabra Almuerzos y, por último, rubrique con azul profundo el privilegiado estamento de la tercera lista con el mágico término: Cenas.
-Quinto paso: cuando sus papilas gustativas den el campanazo de Pavlov, visite el amigo número 1 de la lista “desayuno”. Y, progresiva, geométrica y aritméticamente, como lo recomendaba Malthus, realice la misma operación en los tiempos de comidas y días sucesivos.
-Sexto paso: llegue media hora antes de cada comida; algo así como quien navega con bandera de maje, simule ir por cualquier cosa; finja haber comido y, ante la amabilidad de los oferentes, diga que lo único que desea es un vaso de agua, pero alargue la mano para ir catando –como al descuido– algunas puntas, una untura, una rodaja de verdura, un tuco de queso, una lasca de jamón y por ahí se va. Siempre sea discreto con el sablazo que debe ser adornado con el elogio a la buena mesa y al buen gusto de su anfitrión.
-Séptimo paso: como programa de reforzamiento consulte las agendas y las páginas sociales de los diarios. Asista a velorios, bautizos, bodas, exposiciones de pintura, conferencias, presentaciones de libros. Allí siempre hay espiritualidad embotellada, coquetos entremeses y donde hincar el diente voraz en la international cuisine.
El arte de hacerse el maje
El Maje Rémora: es el que se pega a otro maje, por lo regular, de mayor vuelo y calado. Al adherirse no lo despega nadie. Su ventosa tiene la cualidad de succionar lo que encuentra al paso. Es fácil reconocerlo: no hace ni deja hacer.
El Maje del Moje: como el camaleón toma el color de la bandera del mejor postor. Ha existido en todas las épocas. Su onerosa mano ha firmado por una eternidad tratados, contratas y traiciones. A veces actúa de prestanombre o de mercenaria personalidad: rentainfluencias. Por dinero lo puede prestar todo. Suele presentarse algunas veces como ejecutivo; otras, de mandadero. Es hábil se aparece de múltiple forma, disfrazado: de influyente, de allegado, de amigo, de gran alero, de periodista, de caballero de industria, de cortesano, en fin: de full time obsequioso.
El Tetra Maje: cuatro veces maje. Es el cuatrimaje que todos saben que lo es, menos él. Lo cuadrado le viene de la cuna: es maje desde la cuadratura de su nacimiento.
El Maje de Imagen: es el que sabe comercializar su imagen de maje. Es el mismo engatusador que a través de su imagen de maje vende la imagen de otros majes. O engancha a otros ídem.
El Vate Maje: es aquel “pueta” maje que en vez de poemas hace poemajes. Es el Aedo Maje que en su rimaje cree que cualquier chaquetazo de su plumaje es poético.
El Maje Vestido: es el esposo nominal de la Maja Desnuda. Es el maje que aunque ande ropa de marca, galán se le mira, al desnudo, lo maje.
El Eco Maje: es el ambienta-listo(a) que se hace el maje cuando escucha el eco-emolumento tintineante de la moneda dolarizada.
La Te Ve Maje: pleito de los cárteles de lo subliminal. Choque de los iguales por quien bota, arroja o vende más basura de imagen enlatada en la TeVeMaje. Majes, nada majes. Alienadores a tiempo completo del maje pueblo hondureño.
El Sportman Maje: tarifado de la minuta cotidiana de las cadenas Te-Ve-pisto. Miembro de número de la planilla de la garra catracha. Sudador de la calentura ajena. Comunicadores sociales del sablazo. “Orientadores” de la opinión publica y el agua hacia su molino. Rastreros saludadores con sombrero de otros.
El Candi Maje: cándido en la oscuridad de su majadería. Candidato de la traición. Ingenuo en la cueva de los coyotes. Maje (o candigato) al que de un dedazo le birlaron la candidatura. Babieca con ínfulas de líder. Creyente ciego en los cantos de sirena.
El Álien Maje: Presentador(a) de noticias de micrófono alienado. Imitador de los reporteros televisivos de ultramar. Desconocedor de su norma de habla y su identidad. Divo del subdesarrollo. Narciso reflector dizque de nuestra realidad de/ a/ y con/ imagen prestada. Fotocopia, calca, papel carbón, imagen, pausa psíquica, mímica, expresión corporal, juego de manos, mueca, espejo, voz y dicción de lo ajeno. Esponjas de la majadería.
El Maje-Maje: Es aquel maje, loco de atar, que cree todavía en las promesas, los abrazos, los apretones de mano, los besos, los castillos en el aire, los ríos de leche y miel de la campaña y la publicidad de los políticos.
El Maje de Alta Majadería: es aquel hondureño, de teja barrida y cerebro sobado, que cree aún que los corruptos en primer grado de impunidad y segundo de inmunidad van a ir a la cárcel.
Nota: Esta es una muestra hondureñísima, sucinta, del Mester de Majadería, seguro que usted, hombre puro –casi bueno–, como buen maje, puede agregar mucho más acepciones a esta maja
2 comentarios:
Que bonito , leer esta clase de fragmentos en dias como estos me llenan!
Saludos Maestro
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